Quien diga que Damien Hirst no es un tio raro, raro, raro es que no lee las noticias.
Y, a aparte, muy listo…
A mí la verdad es que siempre me ha sorprendido este personaje del arte que se atreve a meter una oveja en formol y encima vendernos la moto por millones de dólares.
No contento con eso, ahora se dedica el amigo Hirst, él solito, a vender su propia obra, por primera vez en la historia, sin contar con la ayuda de ningún mecenas/galería.
Hace poco me preguntaron en Observatorio cuál había sido el punto de inflexión en la idea del mecenas-patrón de los artistas. Es decir, cuando dejaron de hacer caso a un mecenas para hacer lo que ellos querían. Le comenté, por responderle de alguna forma a esta complicada pregunta, que no era un artista el que dijo el primero que «yo quiero hacer esto y a callar» sino que fue una sucesión de cosas.
Por ejemplo, el hecho de que fueron los artistas los propios revolucionarios para que el arte no se considerara algo meramente práctico, sino algo mental, fue un punto importante para llegar a esta idea final. Hay que tener en cuenta que el arte empezó siendo algo así como una magia de unos pocos, para pasar a ser algo mental, algo que implicaba una Idea (Ilustración), que era plasmada o no (arte conceptual).
Por eso, yo creo que habría una evolución a la hora de pensar en este aspecto, no sé cómo lo pensaréis vosotros.
De hecho, a mi juicio, otra de las cosas que ayudaron a esta medida es la valoración de las artes «menores». Es decir, la orfebrería, la cerámica,…las artes y oficios comunes se empezaron a considerar como artes mayores en el siglo XIX con movimientos como el Arts & Crafts, modernismo,…esto supuso una gran revolución, porque implicó que el propio artista, que hasta ahora se había centrado en las artes «mayores» pudiera combinarlas, crear con otras disciplinas, algo con mucha más libertad de movimiento.
Y todo esto, por supuesto, con la línea evolutiva propia del mercado artístico. Si al principio veíamos mecenazgos, del tipo los papados en el Barroco, por ejemplo, empezaremos a ver en el siglo XVIII finales y siglo XIX la figura del marchante de obras y del propio estudio.
Ese marchante no se ha perdido actualmente, por ejemplo, tenemos la figura institucional del Museo Guggenheim con Peggy Guggenheim en el siglo XX. Sin embargo, este perfil se va diluyendo mientras pasan los años.
Y es ahora cuando entra en escena Damien Hirst.
¿Supone un cambio, un paso más? ¿la muerte de las galerías y los intermediarios del arte? ¿unas nuevas reglas en el mercado artístico?
¿O simplemente una excentricidad más?