Desde hace mucho tiempo, la pornografía forma parte de la vida del ser humano, casi antes de lo que conocemos como arte. Sobre todo durante las últimas décadas, el porno, sobre todo en su variedad online, se ha vuelto un producto de consumo regular en todo el primer mundo como mínimo (sí, ya sé que poca gente lo admite, pero oye, las cifras están ahí). Las webs para adultos hicieron su agosto al poco de establecerse el internet a nivel de usuario, y pasaron de simples fotos eróticas a otras de temática sexual, y de videos xxx casi de estética vintage a producciones pornográficas cuidadas y de alta calidad, incluso si se tratan de grabaciones amateur.
Antes de esta explosión porno en la red de redes, habían tenido también éxito las producciones de cine X, convirtiéndose en una industria bastante lucrativa. Sin embargo, esto pareció enfrentarse directamente con otras producciones del llamado «cine convencional», que se habían decantado por el género erótico; para estos últimos, la pornografía no era un arte, sino un producto de menor calidad y casi zafio, que nada tenía que ver con la aparente superioridad de sus creaciones, basadas en un erotismo que solo «dejaba ver», pero nunca mostraba directamente.
Así pues, ¿arte o pornografía? Esa es la disyuntiva que se creo, y que aún hoy en día es motivo de controversia. El erotismo es un género bastante aceptable y aceptado, que ha desembocado en numerosas manifestaciones artísticas: literatura, pintura, fotografía… hasta llegar a la más novedosa de la cinematografía. De hecho, es algo que no puede estar más de moda, y todos aquellos artistas que se dedican a él lo defienden a capa y espada. La pornografía, por otra parte, intenta que se la reconozca también como arte, pero no está teniendo tan buena suerte; se oyen voces que abogan por una nueva forma de hacer porno, más acorde con los nuevos tiempos y las nuevas normas sociales, pero estas actuaciones no parecen estar dando los resultados esperados.
Sin embargo, poca gente sabe que, históricamente, la pornografía ya era un arte en sí mismo, mucho antes que todas las demás. El término se acuñó en la antigua Grecia, y tenía un sentido más bien comercial (el vocablo apuntaba directamente a la prostitución); sin embargo, sus manifestaciones son mucho más antiguas, llegando incluso hasta el Paleolítico. De la época prehistórica datan las primeras manifestaciones artísticas que apuntan directamente hacia los órganos sexuales como temática, tanto de forma pictórica como cerámica; así, aunque esto fuera la precuela de las artes, está claro que el sentido erótico y sexual ya estaba más que definido.
Quizá el problema resida en buscar la diferencia entre el erotismo y la pornografía, que parece ser el tronco de la controversia. En papel, la cosa es bastante sencilla: teniendo en cuenta que el objetivo es el mismo, avivar la excitación del sujeto, es el método lo que lo hace diferente. El erotismo se trata de incitar, avivar, exarcebar la mente para que esa excitación pase al cuerpo; la pornografía no entiende de sutilezas, afecta directamente a la libido con sus manifestaciones claras y directas. Teniendo esto claro, sin embargo, la realidad cuenta cosas diferentes, o quizá sea la sociedad y sus tabúes y represiones lo que lo hace diferente. Y claro, si mezclamos las cosas en estos dos conceptos que parecen estar tan diferenciados, ¿cómo ponernos de acuerdo en lo que es arte o en lo que no lo es?
La discusión lleva mucho tiempo servida, y no parece que vaya a resolverse a corto o medio plazo. Claro que, mientras pensemos que se puede disfrutar con el arte en general, con el erotismo a medias con alguna censura, y con la pornografía de forma totalmente censurable, la cuestión queda varada sin posibilidad de resolución.